lunes, 19 de mayo de 2014

Perdiendo mi religión



Mi desengaño más fuerte sucedió el día en que decidí ayudar con la catequesis. Tendría como trece años y me llamaba poderosamente la atención lo que se hacía en las aulas del piso superior de la iglesia. Hablé con el párroco Don Manuel y aceptó mi ayuda con mucho gusto; me mostró las instalaciones y me asignó un grupo de niños que se estaban preparando para hacer la primera comunión. Don Manuel me entregó un libro de oraciones que los alumnos tenían que aprenderse para el próximo día; mientras tanto yo pensaba: “Como las oraciones se emplean para hablar con Dios lo mejor será que los niños escriban sus propias oraciones para comunicarse con el Altísimo”.
Cuando el sacerdote, que supervisaba cada grupo, se acercó al nuestro “se armó la de Dios es Cristo”. ¡Qué demonios!, eso que estaba oyendo recitar a los infantes no entraba dentro de la normativa de la iglesia. ¿De dónde habrían salido semejantes oraciones? Me miró de un modo amenazante y yo hice lo posible por explicarme, pero su respuesta fue que no volviese nunca más por allí. Bendita misericordia.
Y esa fue mi breve trayectoria como profesora de catequesis. No comprendía nada. Conclusión: “Don Manuel no entendía a Dios”.



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